Permítanme la licencia, pues no soy radiólogo, pero les dejo una rápida ecografía del paciente:
Listas de espera de meses y años, enfermos con graves dolencias sin ninguna atención médica, urgencias que se cierran, ambulatorios sin personal, teléfonos de salud responde al que nadie responde, unidades de vital importancia que desaparecen de la noche a la mañana, o promesas de nuevos hospitales de los que, a pesar de los 5 años de gobierno de Juanma Moreno, nada se sabe.
¿Dónde están esos 13.000 millones invertidos con los que se les llena la boca a la Sra. consejera de Salud de la Junta de Andalucía? ¿Son reales o una vez más, solo humo y fuegos de artificio?
El mayor avance de Moreno Bonilla en sanidad es poner precio a los servicios de la sanidad privada, haciendo un movimiento estratégico más, en post de la privatización del servicio público más necesario y demandado por los andaluces.
Cinco años después y el PP lo sigue solucionando todo aludiendo a la herencia recibida, cuando la sanidad está mucho peor que nuca, sin ser capaz de dar respuesta a las necesidades mínimas de la población. La capacidad de autocrítica es totalmente nula, y así, poco o nada mejorará, salvo el valor de las acciones de las clínicas y seguros privados, eso sí, a costa del bolsillo de los andaluces, aquellos que puedan.
La calidad de la sociedad del bienestar se mide por la eficacia y eficiencia de los servicios públicos, y la sanidad pública es, sin duda alguna, el mayor exponente de dichos servicios; no solo por lo necesario, sino también por el sentimiento comunitario de viabilidad de un sistema basado en la empatía y solidaridad ciudadana al que, desde la derecha se está boicoteando, minando su vocación de servicio público eficiente, creando desigualdades sociales entre la gente de a pie, más humilde y con menos recursos, y aquellos a los que el propio Feijoó califica como “gente de bien”.
Y esta es la realidad de la sanidad pública en Andalucía, aunque es Ayuso quien desde Madrid marca el paso y Moreno Bonilla le sigue como aquel perrillo faldero que, fielmente, ni siquiera es capaz de separarse ni un milímetro de nuestras pantorrillas. Y así nos va.
Un modelo de gestión que busca dilapidar lo público, abandonando a los más débiles en favor de las macroempresas que se lucran con el negocio sanitario.
El diagnóstico es claro: Estado muy crítico.